1. Al aleteo de la historia a veces apenas lo sentimos. Cuando el hijo del hombre murió finalmente y tembló la tierra hubo un ensayo de apocalipsis que nadie percibió dos pueblos más allá: ni el Emperador ni el labriego supieron que alguien moría para su salvación en ese instante.
2. Si el final habla, dice cosas en una lengua futura. A nadie importa el instante en que la consciencia se ve al espejo y se reconoce, porque todo lo que pasa es externo.
3. Después del fin de la historia y del último hombre nos sentamos a mirar imperios levantarse y caer como la espuma de las orillas, pero nadie dijo: Aquí pasa, aquí queda lo sólido y cristalino. Nadie extendió la mano a la lluvia y sintió por fin el contacto con lo cierto.
4. Todos descreímos y la vida fue dándose, como cosas que caen, como en una pantalla. Y uno tiembla de miedo cuando algo se quiebra a una legua escasa del pago, porque no puede ver la profundidad con que se abren los océanos después de la cordillera.
5. La aldea global, acaso, pero más la aldea. Porque si uno tiene que ver para creer, no será suyo el Reino.
6. ¿Y cuándo llega? Esperamos que se pose, como un pájaro divino, sobre el mundo el Mundo y lo extenuamos en imitaciones.
7. Podemos apurar al Mesías: golpear su puerta con cadenas o sentencias que sean el eco de la voz que vio el fin del mundo: Zweig en el Brasil, Auberbach en Estambul, Benjamin frente a la playa mediterránea, Adorno en la costa de California.
8. Podemos habitar, al fin, el fantasma. Hacerlo carne y vagar otra vez, encantar las ruinas americanas, restos de un imperio prometido. A nadie le importa.
9. No pasa nada. Como después de una pesadilla: es eso, nomás. Seguí con tu vida.
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