billie eilish

hay algo profundamente antinatural ahí. no hay cuerpo (hay ropa), un pelo verde radiactivo, uñas como garras larguísimas. una voz que pasa por la superficie y dibuja un paisaje posapocalíptico: arden las colinas de California, suben las aguas. Dios es mujer y mi Lucifer (el otro Prometeo) se siente solo. Billie Eilish es la hija del tiempo que no vino. pasa la televisión como un ruido de fondo y de pronto estamos en un Uber a algún lado: tengo miedo de perderme algo. cuando nos dormimos, ¿a dónde vamos? dice Deleuze que el gran descubrimiento del cine de Minelli es que el sueño le concierne sobre todo a los que no sueñan. uno podría decir a lo que no sueña. ¿sueñan los androides, etc.? es una voz que lo repite, frente al auditorio, un eco de un eco, sueño de un sueño. todos somos, dice Deleuze, más o menos víctimas de los sueños de los otros. incluso la más graciosa jovencita es peligrosa, una devoradora terrible, por sus sueños. entierro a un amigo, intento despertar (ah-hh). mato al hijo (arden las colinas de California, suben las aguas), clases de canibalismo: ser la reina entre las ruinas, helada, los ojos que no pueden cerrarse (no puedo dormir, no me puedo despertar). en ese mundo, en los sueños de Billie (alguien dice su nombre, ese nombre andrógino, como para invitarla a pasar y en tono menor) los amigos que enterramos son los que nos mantienen despiertos. y ese tiempo que se desliza entre las dos cosas (entre el punto y aparte y la coma) es el tiempo narcotizado: no me des un xanny, belladonna (ese veneno estético), estamos muy intoxicados como para tener miedo, ¿a dónde vamos? me mirás como si fuera transparente; vos sos el fusible y yo el polvo.

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